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domingo, 5 de abril de 2015

Pedro 2

¡Hola a todos! Aquí estamos de vuelta después de dos meses de inactividad, en parte por motivos personales y en parte por la poca participación que hay por parte de los seguidores... pero bueno, he decidido que es bueno continuar esto para quién realmente no sigue, ¿no les parece?
 
A principios de enero conocimos la primera parte de la historia de Pedro, quien descubrió las delicias del sexo entre hombres en compañía de su hermano mayor. Sin embargo, cuando este se casa, Pedro decide dejar a la familia para ir a la ciudad y dar rienda a sus deseos íntimos. Sin embargo, ¿qué pasará cuando Pedro regrese a su pueblo natal y su sobrino lo descubra dándole rienda a sus instintos?
 
Pedro
(Segunda parte)
 
★ ★ ★
[El escándalo de la comunión]
 
—Ve donde está tu tío Pedro y dile que saque la sandía que hemos puesto en el río para que se refresque.
 
El padre acaba de lanzar al joven vestido de comunión a la carrera. No tenía ni idea de que el muchacho terminaría descubriendo algo del tío Pedro para lo que no estaba preparado.
 
El chico corrió con sigilo entre las arboledas mientras notaba como algunas de las zarzas del río arañaban su piel. Había escogido durante su avance un camino más corto pero intransitado. Esta senda lo acercaba más rápidamente hasta esa enseñada oculta donde el agua del río se remansaba. En ese lugar, el padre había atado hábilmente con cuerdas una sandía de cinco kilos antes de lanzarla al agua. La corriente del río haría el resto hasta lograr que esa fruta se encontrara fría y apetitosa justo en el momento de su consumo.
 
El joven oyó las risas y los cuchicheos y por eso aminoró algo en su presurosa carrera. El tío Pedro andaba con alguien al otro lado de las zarzas. A la comunión había venido solo, por eso el chico tenía cierta curiosidad por ver con quién hablaba y se reía de esa forma con el tío Pedro.
 
Toda la familia había decidido celebrar la fiesta de su primera comunión con una comida junto al río. No había dinero para restaurantes y boatos, pero sí para llenar un bidón con cerveza y botellas de refrescos. La comida para los comensales se solucionaba comprando un jamón y un buen queso curado. A continuación un  arroz de pollo campero hecho en la leña. De postre, pasteles o  fruta. Así se acostumbraba a celebrar en esos lejanos tiempos.
 
Al banquete solo acudieron los más allegados. Solo la familia, unos vecinos y la abuela que en esos momentos se abanicaba a la sombra de unos árboles lamentándose de su edad.
 
—¡Joder, ahora no pares, cabrón! —oyó el muchacho cómo gritaba esa voz desconocida.
 
“Debe de ser alguien de la otra comunión” pensó el crío mientras seguía pisando con delicadeza la hojarasca.
 
Esa comunión que se estaba celebrando en esa misma arboleda, pero con la que se guardaba una prudencial distancia de separación.
 
Al asomarse entre las zarzas, encontró al tío Pedro demasiado cerca de ese hombre. Él al parecer no había tenido problemas en acercarse más de la cuenta a esos casi desconocidos que reían y gritaban casi con la misma intensidad que ellos dentro de esa explanada llena de árboles que había junto al río. Su tío mantenía a ese padre de familia sentado en un tocón de madera y estaba chupando con unos más que sonoros chupetones el rabo de ese hombre que no paraba de gemir. Con la mano agitaba la endurecida y rojiza polla. La boca succionaba el pito y el hombre le pedía que no dejara de hacerlo.
 
—Sigue, no paresssss. Me voy, me voy, a corr…..eerrrrrrr —empezó a decir ese tipo antes de empezar a soltar un líquido blanquecino sobre la cara del tito Pedro.
 
Una gran sonrisa apareció casi a la vez en ambos rostros. La mano del hombre acariciaba la cabeza del tío Pedro como se le hace a un perro después de que haya hecho algo bien.
 
Fue por eso que el inocente muchacho no entendió como pudo verlos tan nerviosos cuando se hizo visible desde su escondite y se acercó hasta ellos para preguntarles qué era lo que estaban haciendo.
 
El tipo se subió los pantalones con torpeza. Ni siquiera podía abrocharse el cinturón acertando en el agujero correcto.
 
—¡Papá dice que ya podemos sacar la sandía del agua! —le contó el pequeño a su tío mientras señalaba la cuerda que tensada por el efecto de la corriente del agua intentaba escapar de esa bochornosa situación.
 
—¿Por qué le chupabas el pito? —le preguntó cuando empezaron a caminar dejando a ese desconocido en esa ensenada dudando en si debía volver o no a su fiesta de comunión.
 
—Le había picado una avispa y estaba intentando calmarle todo el dolor.
 
—¿Por eso gemía de esa forma?
 
—Claro. Eso duele un montón
 
—¿Y por eso lo tenía tan hinchado y gordo?
 
—Sí… sí. Pero no debes contárselo a nadie.
 
El joven afirmó unos segundos con la cabeza sin saber muy bien por qué le pedían algo tan raro. ¿Por qué no podía contar algo tan gracioso como que al padre de familia de la otra comunión le había picado una avispa en el pito mientras se la sacaba para mear y el tío Pedro le había tenido que sacar toda la pus para que no se le  hinchara ni se le infectara?
 
—¿A qué sabe? —le terminó preguntando cuando empezaron a llegar al grupo donde todos se empezaron a arremolinar ante la llegada del hombre cargado con la fruta.
 
—¿El qué? —le preguntó el tío Pedro al joven que corría alrededor de él dando vueltas.
 
—¿Pues el que va a ser? ¡La pus! He visto que le ha salido mucha y parte de ella hasta te la has tragado.
 
—No sé. Igual que siempre. Sabe a eso, a pus.
 
★ ★ ★
[La enfermedad]
 
El adolescente no lograba entender por qué todo el mundo sabía que eso era algo que tenía que pasar. Si lo sabían ¿por qué lloraban ahora que había pasado por fin? Su madre llevaba casi un año convaleciente en la cama y finalmente terminó falleciendo.
 
Todos los que llegaban al funeral decían eso mismo: aquello tenía que pasarle tarde o temprano.
 
A su lado estaba su hermano pequeño que no paraba de llorar y al otro la cara de su padre que era todo un poema.
 
Cuando llegó su tío Pedro y empezó a dar y recibir el pésame de los allí reunidos miró hacía donde estaban los críos para ver a uno llorando desconsoladamente y al otro con una sonrisa pícara en su todavía juvenil rostro.
 
El chico había vuelto a recordar el incidente del picotazo de la avispa y terminó riéndose entre dientes.
 
De pronto alguien cayó en la cuenta de que ese velatorio no era el lugar más adecuado para que estuvieran unos críos y empezaron a decidir sobre cuál sería el mejor lugar al que podrían llevarlos.
 
La casa de la abuela era el mejor sitio, pero la suegra de la difunta se negaba a abandonar la habitación. Por eso fue el tío Pedro el que se ofreció a llevarlos a la casa y a quedarse con ellos hasta que la abuela entrara en razón y fuera a ocuparse de ellos.
 
—¿Por qué no te has quedado tu también? —le preguntó el chico mientras miraba como  el tío Pedro dejaba a su hermano durmiendo sobre una de las camas.
 
Se acaba de dormir entre los fuertes brazos del tio Pedro mientras iban hacia la casa y ninguno de los dos quería despertarlo por temor a que empezara a llorar de nuevo.
 
El tío Pedro se sentó con él en la salita de estar y mientras se encendía un cigarro le contestó:
 
—Tu madre era una persona excelente, pero ella y yo no nos llevábamos muy bien.
 
Hablaba con convicción pero sin levantar mucho la voz para evitar que el hermano pequeño se despertara. Le dio  una fuerte  calada al pitillo, parecía estar rememorando alguna discusión que en su día hubo de haber entre ellos, pero de pronto giró la cabeza para volver a mirarlo.
 
—Tal vez tú también deberías echarte un rato a dormir. Te esperan unos días muy duros.
 
—¡No tengo sueño! —le reprochó el joven.
 
—Pues entonces ya me dirás a ver qué hacemos, aquí los dos mirándonos como tontos hasta que venga la abuela.
 
—¿Puedo preguntarte algo?
 
—Vamos, hazlo. ¡Sé que tarde o temprano lo harás!
 
—¿Por qué nunca has venido a vernos a casa?
 
No era la pregunta que esperaba y volvió a darle una nueva calada al pitillo
 
—He ido muchísimas veces,  pero eras muy pequeño como para recordarlo. Un día deje de ser invitado. Pero siempre he cumplido como el Padrino vuestro que soy y nunca os han faltado los regalos que debía de haceros
 
El joven calló durante unos instante mientras rememoraba los muchos regalos que había recibido por parte del Tío Pedro.
 
—¿Qué quieres que te regale este año para tu cumpleaños?
 
Estaba nervioso y quería cambiar de tema de conversación a toda costa
 
El chico le contestó cuando empezó a apagar la primera colilla sobre la placa de la estufa.
 
—No, te molestes en comprarme nada. Creo que yo también me voy a morir y puede que no llegue ni a mi cumpleaños.
 
—¿Por qué dices eso? —inquirió confundido Pedro.
 
—Porque yo también estoy muy enfermo. Lo llevo notando desde hace un tiempo.
 
El tío se levantó de la silla y se acercó hasta el joven para tocarle la frente. Después miró las pupilas y dándole un cariñoso empujón en el hombro le dijo:
 
—¡No te preocupes, que tú no te vas a morir! ¡Estás hecho un toro!
 
—Entonces ¿por qué me sale toda esa pus blanca por mi pito? Es igual que la que le salía a ese hombre del río.
 
El tito Pedro se dio la vuelta y lo miró durante unos segundos antes de agarrar la silla y colocarse frente a el muchacho. Al sentarse lo hizo en plan chulesco apoyando los velludos brazos sobre el respaldo.
 
—¡Quiero que me cuentes todo ese rollo de la pus y si le has contado a alguien alguna vez algo de lo que viste en el río!
 
★ ★ ★
[Inevitable]
 
La mano le agarraba la polla y se movía lentamente por ella. Notaba un gustillo especial y no se atrevía a pedirle que parara porque el cosquilleo iba en aumento. Su mirada se cruzaba con la del otro de vez en cuando y las dos lanzaban una sonrisita cómplice como si estuvieran haciendo algo malo pero que no podían parar. 
 
Bajo sus pies estaban todas las ropas tiradas por suelo del palomar y bajo este estaba la casa de la abuela en la que su hermano y sobrino dormía en la habitación plácidamente. La abuela cuidaba de su sueño mientras los dos marranos salidos se habían escabullido hasta ese lugar elevado de la casa. Sabían de sobra que las cansadas piernas de la anciana no podrían subir hasta allí.
 
—¿Qué miras?
 
—Te miro a ti, tienes muchos pelos por todo el cuerpo.
 
Era la primera vez que veía desnudo a alguien de cuerpo entero.  Antes de a él había visto a su padre sin camisa. Los dos tenían el pecho súper poblado, pero su tío al ser más joven no lo tenía con tantos pelillos blancos. Estos eran negros y se retorcían alrededor de los dos gordos pezones. En la zona del pubis el pelo le crecía a base de bien y en el centro se erguía una polla gordita y bastante dura.
 
—¿Te gusta mi cuerpo?
 
—Sí, es como el de mi padre,  pero ahí abajo no lo he visto desnudo nunca
 
Pedro siguió con la paja que le estaba haciendo a su caliente sobrino notando como esa polla se ponía más y mas dura. Se había echado algo de saliva en la mano y gracias a ello estaba dandole un placer al sobrinito hasta ahora desconocido.
 
—¿Mi hermano y yo seremos así de peludos cuando nos hagamos mayores? —le preguntó al ver como estaba más interesado en hacerle esa paja que en enseñarle todo lo que necesitaba saber sobre el sexo.
 
—Sí. Supongo que lo de ser así de peludetes nos vendrá de familia.
 
—A mí no me gusta mucho el pelo, ¿pica un poco no? —Le preguntó mientras se rascaba los huevos. Esa era la única parte de su cuerpo que el tío todavía no había sobado
 
—Eso es por estas de bolas que tienes aquí —le dijo mientras lo agarraba de los huevos y empezaba a acariciarlos. Con su otra mano no paraba de pajearle el durísimo pito que se le había puesto al contacto con sus caricias.
 
—Además de leche producen otra cosas que hace que nos vaya creciendo el pelo por todo el cuerpo a los hombres.
 
—¿Me la lames otra vez? —le preguntó al ver como no se decidía a hacerle de nuevo lo que unos minutos antes de que llegara la abuela estaba haciendo sobre el sillón.
 
—¿De verdad quieres hacerlo?
 
—¡Sí, me ha gustado mucho! Me hacías muchas cosquillas con la lengua y casi me meo.
 
—Tienes una polla preciosa y pronto se te hará todavía mas grande y gorda aún.
 
—¿Todavía más? ¡En mi clase soy el que más grande la tiene y eso que en ella hay algunos repetidores! —le dijo todavía más orgulloso de su hombría.
 
—¡Sí, claro que lo sé! Esta polla también te viene de herencia.
 
Al decír esto se la engulló de nuevo. El joven tuvo que apoyar las manos en el frío suelo para evitar caerse de espaldas por el tremendo gustazo que le estaba dando. Al hacerlo levantó un poco el culo y el tío Pedro aprovechó para meter una de sus manos bajo los cachetes de ese prieto culo. El chico entendió pronto el movimiento de bombeo que pretendía y comenzó a follarse esa boca sin parar de gemir.
 
—Ahhhhh, siiiií, tito Pedroooooo, qué gustooooooooo
 
Mientras tanto, su tío se iba haciendo camino y con la mano que le quedaba libre se untó dos dedos con saliva y empezó a hurgar con insistencia en su propio culo. El chico quiso preguntarle por qué se rascaba en ese lugar, pero antes de que abriera la boca para algo que no fuera gemir de gusto le dijo:
 
—Ahora, me la vas a meter por detrás
 
El joven tuvo algo de miedo al ver como se tragaba la polla esa hambrienta cavidad pero el tío le pidió que estuviera tranquilo y empezara a meterla y sacarla despacio.
 
—Sigue, sigue, vamos campeón. ¡Dale al, tito, asiiiií! ¡Cuánto más te muevas, mejor!
 
El sobrino a esa temprana edad jamás sospechó que pudiera llegar a dar tanto placer un tío y su hambriento ojete. Ya no pensaba, solo follaba y follaba. El tío Pedro gemía y gemía.
 
Sobre el frío suelo de esa palomar se follaba el cuerpo desnudo de su tío por primera vez. Sin más enseñanzas ni explicaciones estaba comprobando lo que era follar. Su tío no era mujer, pero ¿acaso importaba eso?
 
—Me voy me voyyyyy —le dijo de pronto
 
—No, no. Me gusta muchooooooo. Espera un poco —le gritó el joven totalmente salido.
 
No se iba el embustero,  lo que sí hizo fue empezar a apretar su polla con fuerza. Era como si quisiera quedársela.
 
¡Si no llega a estar enganchada a los dos huevos se la habría llevado de cuajo!
 
Entonces pasó. Empezó a mearse dentro de ese prieto culo y a soltar toda la pus. 
 
Al caer rendido sobre la sudorosa y ancha espalda iba notando como el culo seguía contrayéndose y apretando esa dura polla. Dentro de este su polla se retorcía lanzando una descarga, luego otra, de nuevo dos más...
 
El tío Pedro se dejó caer en el terroso suelo manchando su sudado cuerpo con el polvo acumulado mientras el joven seguía enganchado a él revolcándose también de la misma forma. Las manos agarraban su sudoroso cuerpo por esos pectorales velludos y lo abrazaban por la espalda notando como su tío también estaba sudando como un gorrino. La polla seguía incrustada dentro de sus entrañas y el tito Pedro aprovechó la cercanía para darle unos golpecitos en el desnudo culete.
 
—¿Te ha gustado, campeón?
 
—¡Muuuuuuchoooooo!
 
—Pues eso que has echado ahí dentro no es pus, sino leche, y con ella se quedan preñadas las mujeres.
 
—Entonces ¿no estoy enfermo como lo estaba mi madre?
 
—¡No, no estás enfermo ni te morirás por hacer más veces esto conmigo!
 
Tragapollas manchego
 
~~~
 
Bueno, aquí estuvo el final de la historia de Pedro y su sobrino. ¿Qué les pareció?

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