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jueves, 15 de enero de 2015

Bajo el puente

¿Qué tal? ¿Cómo están? ¿Listos para leer un nuevo relato de mi autoría?

Bajo el puente

¡Yo y mi sangre caliente! Aquel día era como cualquier otro. Tenía una calentura de los mil demonios. ¡Ja, ja, ja! La mala noticia es que no había nadie con quien bajármela. Ni siquiera podía sentarme frente a mi computador y ponerme a leer en internet algún buen relato erótico, puesto que había tenido que ir a entregar unos papeles al otro lado de la ciudad. Cuando iba de regreso tuve que tomar el metro para llegar a mi casa. Aquello me dio una idea, puesto que sabía muy bien las cosas que podían pasar en el metro, especialmente cuando el vagón de hasta atrás venía o muy vacío o muy lleno. No necesité pensarlo demasiado para decidirme en que parte del metro viajaría.

Llegué a la estación del metro, me metí y me dirigí hasta la parte de atrás del andén. El tren no venía excesivamente lleno, pero creía que sí lo suficiente para acercármele a cualquiera que me atrajera. Así que me subí. Cuando se cerraron las puertas del vagón me llevé el fiasco de mi vida. El lugar iba lleno de puro hombre que no me parecía atractivo. Los que ocupaban un gran espacio era un grupo de varios chicos que a juzgar por como hablaban y se movían cualquiera les hubiera llamado locas, aunque yo me conformaba con llamarles afeminados. Había uno de ellos que no estaba nada mal, y quizás me le hubiera lanzado si no hubiera venido acompañado.

Me resigné a que mi calentura tendría que esperar a que llegara a casa para poder hacer algo. Intenté concentrarme en otra cosa que no fuera mi frustración por no haber encontrado con quien bajarme las ganas, cuando empecé a sentir una mano que se apoyaba ligeramente en mi trasero. Al principio no le hice caso, pensé que tal vez ni siquiera se tratara de una mano, que mi calentura tomaba como una extremidad quizás la mochila de alguien que se había arrimado hacia mí al entrar más gente en otra estación. Sin embargo, cuando aquella cosa que estaba en mi trasero empezó a acariciarlo con más fruición tuve que admitir que aquello no podía tratarse de una mochila o algo así.

Volteé a ver de reojo a quien venía detrás de mí. Se trataba de un hombre que no debía tener menos de 35 años, bajo de altura, moreno, ojos pequeños y con un tupido bigote. Dudo que alguien pudiera considerarlo atractivo, pero mientras más acariciaba mi trasero más me iba prendiendo. Después de todo ¿qué importaba que el hombre no estuviera guapo si me ayudaba a quitarme la maldita calentura que me cargaba?

Me acomodé para que el señor pudiera tocarme con más libertad el culo, al mismo tiempo que yo podía rozar su verga. Dejé que mis manos rozaran la dureza que se adivinaba sobre su pantalón, de arriba abajo. No se sentía muy grande, pero en esos instantes solo necesitaba de cualquier polla para estar satisfecha. Incluso una que midiera diez centímetros me hubiera bastado.

Aunque estaba disfrutando mucho rozar el miembro de aquel hombre con mis dedos, era aún mejor sentir su mano masajeando mi trasero. El hombre me estrujaba las nalgas, me las sobaba, e incluso en un par de ocasiones con uno de sus dedos aplico presión justamente en medio de ellas, estimulando mi ano.

Me moría porque aquel hombre me desnudara y me acariciara las nalgas en directo. Lamentablemente, las circunstancias eran adversas. Mientras nos acercábamos a la estación terminal mucha gente iba bajando, por lo que ya no había tanta aglomeración y hubiera resultado muy sospechoso que siguiera pegado a aquel hombre. Así que me separé un poco de él, dedicándole una sonrisa con la que esperaba que él entendiera que quería llegar más allá con él.

Estaba preparado para bajarme en la estación que el hombre se bajara. Tal vez viviera cerca, o quizás podríamos encontrar un hotel por la zona. Estaba con tantas ganas que incluso estaba dispuesto a pagarlo yo. Me hubiera conformado incluso con un callejón oscuro. Estaba dispuesto a dejar que me cogiera, aunque me considero inter más activo, todo por la calentura que me cargaba.

Afortunadamente parecía que el hombre bajaba hasta la estación terminal igual que yo. Una vez fuera del tren le sonreí, él se acercó a mí y me estrechó la mano mientras se presentaba como Pedro. Yo le dije mi nombre, y mientras caminábamos hacia afuera íbamos hablando de dónde veníamos, adónde íbamos y demás.

-¿Entonces qué hacemos? -le pregunté una vez que estuvimos afuera de la estación.

-¿Qué quieres hacer? -me regresó la pregunta él.

-¿No es obvio? -le interrogué mientras discretamente me acercaba a él y le apretaba su pene, el cual seguía totalmente duro. Yo no era el único que tenía ganas de algo.

-¿Conoces algún lugar por aquí? -inquirió él.

-La verdad no -confesé. No solía andar mucho por ahí, al menos no en lo que respectaba a buscar sexo. Mis ligues y acostones solían ser en otras partes de la ciudad.

-Yo sé de un lugar donde se puede, pero no sé si te parezca bien -comentó él.

Tal como iba lo hubiera seguido al mismísimo infierno. Le dije que estaba dispuesto con tal de sentir su verga sin la ropa de por medio, y me dejé guiar por él. Me llevó por la avenida sobre la que iba el metro en sentido inverso por el que llegamos. A mí se me ocurrió que quizás fuéramos hacia un parque que se encontraba cerca del lugar, aunque no sabía muy bien si podríamos hacer algo sin arriesgarnos excesivamente a que nos cachara alguien. Sin embargo, cuando le pregunté directamente él me respondió que era mejor el puente.

-¿Puente?

-Sí, ya lo he hecho en otras ocasiones ahí -me respondió él.

Así que me dejé llevar hasta un puente vehicular, o para ser más precisos debajo de este. De lejos (normalmente viendo desde el metro) solo había visto en el lugar una que otra persona en situación de calle, pero en ese momento el lugar se encontraba vacío. Me di cuenta que en realidad era un buen lugar, puesto que debido a la construcción nadie arriba ni en los laterales podría vernos, y los carros y el metro solo podían vernos cuando pasaran exactamente debajo del puente. Sería muy mala suerte que alguien volteara a ver ahí.

Pedro no tardó ni un segundo. Apenas habíamos llegado al lugar cuando él jaló un cartón que estaba por ahí para poder acostarse sobre el suelo, se desabrocho el pantalón y sacó su verga al aire.

-Chúpamela -me ordenó.

Me acomodé entre sus piernas mientras tomaba aquel pito entre mis manos. No supe si era por la calentura o por alguna otra razón, pero aquel miembro me pareció maravilloso. Debía medir alrededor de quince centímetros (no muy grande para muchos), algo delgado, creo yo; pero lo que realmente me fascinaba era su color moreno, la forma en la que su prepucio se retraía con facilidad y dejaba a la vista un glande de forma triangular, con su base ligeramente más ancha que el resto del miembro. Además era totalmente recto, tal como a mí me gustan las pollas.

-Ándale, chúpala -me dijo mi acompañante de ocasión mientras jalaba mi cabeza.

Aunque me encantaba contemplar aquel pedazo de carne, la verdad es que moría por comérmelo. Agaché mi cabeza y me metí directamente aquella verga en mi cavidad oral. Solo puse mis labios en forma de O y dejé que la polla de Pedro fuera introduciéndose en mi boca mientras mis labios y lengua recorrían toda su superficie.

-Así, chiquito -murmuraba Pedro mientras me acariciaba la cabeza.

Aquel pito me supo a gloria. No sabía que demonios tenía Pedro, pero su sabor sencillamente me enloqueció. No era algo sucio, aunque no creía que estuviera limpio después de haber estado trabajando. Era un sabor ligeramente salado, la marca de un hombre que cuida su higiene y que sin embargo sigue siendo un hombre con su sabor y su polla empalmada derramando líquido preseminal.

-¿No quieres que te la meta? -me dijo él cuando me separé de su pito para poder inspirar aire.

Vi el rostro de mi acompañante, sus ojos pequeños mientras me miraba fijamente y como sostenía aquella verga que me estaba volviendo loco con su mano, como si me la ofreciera. No tuve que pensar mucho en las opciones.

-Por supuesto -le contesté mientras desabrochaba mi pantalón para poder bajármelo. Hasta el momento había estado simplemente rozando mi pene sobre la ropa.

-Pues ven y siéntate -dijo él.

-¿Traes condones? -le pregunté. Después de todo, la protección es lo primero. Por otro lado, al contrario que a muchos, el uso del condón me excitaba más que no usarlo.

-No -me contestó él mientras hacía una mueca rara. Seguramente pensó que ahí se había terminado todo.

-No te preocupes, yo sí traigo -le dije mientras sacaba mi inseparable condonera.

Retiré su mano de su pito, saqué el condón de su envoltura, lo puse sobre su glande y empecé a desenvolverlo con cuidado. Me encantó la sensación de ir forrando aquel pene que me volvía loco. Me parecía que el látex resaltaba su forma, como si lo hiciera más perfecta.

Terminé de colocarle el forro, y el siguiente paso fue acomodarme para poder introducirme aquel pito en mi interior. Me bajé los pantalones solo lo necesario para dejar mi culo al aire libre, y me subí sobre Pedro dándole la espalda. Él se encargó de sostener en alto su pene mientras yo me fui sentando. Debido a su tamaño y grosor no fue ningún reto alojarlo en mi interior, pero aún así disfruté de cada milímetro que se fue perdiendo dentro de mi recto. Para asegurarme que él también lo disfrutaba, me dediqué a contraer mi esfínter mientras me iba sentando lentamente.

-¡Oh, sí, papasito! -exclamó él cuando mis nalgas finalmente se asentaron sobre sus caderas, momento en que el aprovechó para poner sus manos sobre mi cintura.

Me sentí completo en ese instante. Mi calentura no se había marchado, pero ahora no era molesta, en ese momento, mientras sentía mi recto lleno con el pene de aquel hombre que me acompañaba, la sentía como algo placentero y satisfactorio. Me encantaba sentir aquel ente que rozaba las paredes de mi recto mientras parecía latir por sí mismo, y mi propio miembro se encontraba totalmente erecto ante la idea de que esa verga que me había fascinado se encontraba en mi interior, acoplándose perfectamente.

Comencé a moverme sobre Pedro, de arriba abajo, en círculos. Era genial sentir aquel falo que se perdía en mi interior, que friccionaba con las paredes de mi recto y me hacía sentir en la gloria. Era extraño pero de repente Pedro había dejado de parecerme feo. Tal vez no podría decir que era guapo, pero sí afirmaría que era un excelente amante en la forma en que él mismo movía sus caderas para hacer mejor la penetración, en la manera en la que me tomaba de la cintura para marcar el ritmo, y finalmente en la forma en que su mano se estiró para masturbar mi miembro mientras él seguía penetrándome. Además, los ruidos de los carros que pasaban más allá y sobre nosotros me prendían más de lo normal. Me encantaba imaginarme que cualquier que fuera en su auto y se le ocurriera voltear para arriba en el momento preciso podría vernos ahí, practicando sexo.

Duramos un rato así, para después cambiar de posición. Pedro me puso bocabajo sobre el cartón para él ponerse sobre mí y volver a dejar a su pene irse dentro de mí. Me gustó más aquella posición. Me encantó sentir a aquel hombre sobre mí, enterrándome su hombría lo más profundamente que podía, mientras sus brazos me rodeaban, encerrándome en una prisión de la cual no tenía ningunas ansias de salir.

Era tan excitante sentir a aquel hombre sobre mí, percibiendo su respiración justo en mi nuca, que cuando menos me di cuenta me vine sin siquiera tocarme. Él había dejado de masturbarme cuando me volteó, ya que usaba sus manos para mantenerme sobre mí sin aplastarme, solo dejando caer su peso para que pudiera sentirlo sin que me resultara molesto. El caso es que derramé mi semen sobre el cartón que estaba debajo de mí, todo por el enorme placer que sentía al percibir a aquel hombre sobre mí, con su pene bien ensartado en mi recto.

Supongo que las contracciones de mi orgasmo lo hicieron venir también a él, pues mientras sentía el éxtasis él enterró hasta el fondo su pito y se quedó quieto, en tanto sentía su respiración acelerada en mi nuca.

Ambos nos quedamos un momento así, compenetrados, mientras el placer de nuestras venidas se marchaba.

-Eres genial -me dijo él mientras sacaba con cuidado su pene de mi interior.

-Tú también lo eres -le contesté yo cuando hubo salido y pude incorporarme.

Él se quitó el condón y estuvo a punto de aventarlo por ahí antes de que yo le dijera que no lo hiciera. A él le dije que era para no dejar basura por ahí, pero la verdad es que sentía curiosidad por la leche que había surgido de aquella verga que me encantaba. De hecho, mientras me acomodaba mi propio pantalón le di una última lamida a su pene y a sus bolas, colocándome debajo de él. Aún quedaban algunas gotas de semen en la punta de su uretra que me supieron a gloria.

-Eres un jovencito goloso -comentó él mientras se terminaba de acomodar la ropa.

-Solo cuando una verga me gusta tanto como la tuya -le respondí para rozarle por última vez su pene sobre el pantalón.

Después de eso ambos salimos del lugar. Arriba no había nadie, solo los autos que circulaban. Nos despedimos en ese momento, pues a él le convenía más cruzar hacia el otro lado de la avenida sobre ese puente mientras a mi me convenía quedarme de aquel lado. Lo vi alejarse sintiendo el impulso de ir detrás de él para volvérmelo a comer. Estaba ya satisfecho, mi calentura estaba calmada, pero una parte de mí no podía concebir la idea de no volver a estar con ese hombre. No era su estatura ni su belleza, era su verga lo que me interesaba profundamente. No me gustaba la idea de no volver a ver esa polla, de no poder probarla nuevamente ni sentirla en mi culito otra vez.

Aun así, lo dejé marchar. Me dije a mí mismo que seguramente algún día me lo volvería a encontrar en el metro, pero hasta el día de hoy lamentablemente eso no ha ocurrido. No obstante, no puedo olvidar su pito delgado y recto, con un tamaño perfecto para horadar mi ano sin lastimarme.

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Bueno, ahí estuvo el relato de este mes. Espero les haya gustado, porque yo lo disfruté mucho. Especialmente porque este relato contiene una parte verídica :3 Fue muy rico. Creo que no me molestaría volver a encontrarme con ese wey si estuviera soltero xD

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