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sábado, 25 de abril de 2015

El chacalito

¡Hola! Finales de mes y es tiempo de una nueva entrada en el blog. En esta ocasión tuvimos el apoyo de nuestros fans en Facebook que ahora si mandaron relatos eróticos (ya tenía rato que no sucedía :P). Recibimos dos relatos, pero solo podemos publicar uno (a menos que me pidan en comentarios otra cosa XD), por lo que decidí publicar el relato que más me gusta recibió en la página... Aunque quizás estuviera relacionado con la imagen que lo acompañaba ¬_¬

Bueno, en fin, espero que disfruten nuevamente de este relato, el cual ahora está editado para que su lectura sea más fácil ;)

El chacalito.


¡Hola! ¿Qué tal? Bueno, este es mi relato y espero que sea anónimo.

Esta experiencia sucedió con un chacalito llamado Chucho y aconteció en una feria en Tláhuac, México un 12 de octubre. Todo comenzó cuando en la noche andaba yo con un amigo en la feria. Ya era noche y me encontré a Chucho. Él estaba con varios de sus amigos y andaba tomando. Como ya era de noche decidimos ir a comprar unas chelas.

Cuando íbamos caminando hacia la camioneta de un amigo, me di cuenta de que Chucho iba mareado, así que lo abracé de la cintura y pues como que me dieron ganas y le fui metiendo poco a poco la mano que llevaba en la cintura en su pantalón hasta que la metí dentro de su bóxer y toqué sus vellos. De ahí le seguí hasta poder llegar a su pene, el cual se lo empecé a acariciar sin que se percataran sus cuates ni el mío.

Ya cuando llegamos a la camioneta nos fuimos a comprar más chelas, nos bajamos y nos quedamos a un lado de la camioneta. Al ver que nadie nos veía, nuevamente comencé a agarrarle la verga, aunque ahora por afuera del pantalón. Se la sobaba, se la apretaba, etcétera. Yo pensé que a pesar de ya estar borracho él me iba a decir algo, pero ¡oh, sorpresa! No. El chiste es que al ver que él no decía nada le pregunté si se la podía mamar y me dijo que sí, pero que después.

Pasando media hora nos fuimos a una calle atrás de la vinatería y empezamos a platicar todos. El chiste es que después de un rato solo quedamos cuatro compas incluido él y pues al ver que los otros dos estaban tan entretenidos me pidió que lo acompañara por un cigarro y le dije que sí. En el camino le volví a preguntar que si se la mamaba y él me contestó que sí. Nos fuimos a la calle que seguía y pues era de noche y yo tenía medio de que pasara gente, pero estaba realmente excitado y pues bueno, se la empecé a agarrar por afuera del pantalón y después le bajé el cierre y metí mi mano. Sentí como se le paró la verga, así que le desabroché el pantalón por completo y le bajé el bóxer.

¡Oh, sorpresa! No estaba grande pero sí apetecible y ¡woah!, que se la empiezo a mamar, mamar, mamar. Sé que a él le gustaba, porque como que gemía y me empujaba la cabeza contra su verga para que me la comiera toda y sentía como que me ahogaba.

Llegué al punto en que le pregunté si me la metía y él respondió que sí. No lo pensé dos veces. Él me volteó y me bajó el pantalón y el bóxer y que me la mete de un madrazo. La verdad me dolió, no grité porque estábamos en la calle, pero era un dolor riquísimo. El chiste es que me gustó. Bueno, después de un rato la sacó y me dijo "ya vámonos porque nos han de andar buscando". Y pues ni modo. Yo le dije también "vámonos".

Cuando llegamos a la camioneta ya no estaban los otros, nos habían ido a buscar. Nos subimos a la camioneta y Chucho se sacó la verga y me dijo "síguele mamando para que te comas mis mocos". Je, je, je. No iba a desperdiciar la oportunidad, así que se la mamé mientras él gemía de gusto. Sin embargo, Chucho no alcanzó a venirse, pues se dio cuenta de que venían sus cuates y me dijo "aguas, que ahí vienen" y pues rápido que se sube y se mete su verga excitada dentro del pantalón.

La verdad yo quedé excitado de esa vez, hasta que se me hizo que me cogiera bien y me comiera sus mocos y todo eso, pero eso ya es otra historia que contaré después.

sábado, 18 de abril de 2015

Aventura en el metro

Lo siento, lo siento, lo siento. Ya lo sé, soy un desobligado :P Es que de verdad no había podido entrar al blog para crear esta entrada. Cada vez que lo intentaba algo ocurría. Pero bien, como les dije, no dejaría pasar más tiempo, así que aquí está la nueva entrada. Espero lo disfruten. Es un relato que tiene lugar nuevamente en el metro (ya van dos así, ¿los recuerdan?). ¿Qué puedo decir? La verdad me excita mucho la idea de hacerlo y ligar en el metro.

Advertencia: Este relato incluye bareback (penetraciones anales sin condón) práctica que conlleva un riesgo de infección constante, no solo por las ITS (antes conocidas como ETS), sino también porque en teoría la flora rectal no debería terminar en la uretra. Este relato es solo una fantasía, el único terreno en el que no importa como se practique el sexo, es cien por ciento seguro.


Aventura en el metro
 
 

Odiaba tomar el metro a las siete de la mañana. Siempre iba lleno, atestado de gente que iba al trabajo, a la escuela o a alguna cita.

Aquel día no era la excepción. Aunque había tomado el metro desde la terminal, el vagón se lleno inmediatamente abrió las puertas. Quizás no había sido la idea más inteligente quedarme a un lado de las escaleras mientras esperaba el convoy, ya que ahí era donde más se acumulaba la gente. Pero me convenía para transbordar en la estación que tenía planeada.

Llegué al rincón del vagón para poder recargarme contra la pared, mientras frente a mí se paraba un hombre de unos treinta y pico años, con una barba de candado muy sexy, vestido de pants, una gran chamarra y gorra. Sus facciones eran bastante atractivas, aunque solo las vi durante un momento debido a que me dio la espalda para poder acomodarse en el espacio que teníamos disponible y poder agarrarse de los tubos.

El tren comenzó a avanzar y yo pensé en todas las cosas que tenía que hacer en el día. La perspectiva era un tanto desalentadora. Aquel viaje de hora y media me iba a quitar mucho tiempo, especialmente si consideraba que era el mismo tiempo que me iba a hacer de regreso.

Llegamos a la siguiente estación y ante la entrada de más gente comenzamos a apretujarnos. El tipo que iba de pie frente a mí quedó totalmente pegado a mi cuerpo, por lo que su trasero comenzó a presionar mi pene. Aquel contacto me pareció tremendamente erótico y, antes de que abandonáramos la estación, ya había comenzado a parárseme.

Solté un suspiro, deseando interiormente que el hombre no notara mi erección. Aunque yo era gay, opinaba que esas cosas eran tremendamente incómodas. Digo, ya me había tocado a mí excitar sin querer a un par de hombres con mi trasero y por eso prefería buscar una posición donde evitara el roce de esas partes.

El tipo parado frente a mí volteó a verme de reojo. Sentí que los colores se me subían a la cara al pensar que quizás me dedicaría una mirada de repugnancia, pero en lugar de eso me sonrió. Era una sonrisa apenas perceptible, pero estuve seguro que era para mí cuando sentí como su trasero presionaba con más fuerza mis partes íntimas.

Ya entrados en calor decidí aprovechar la situación y discretamente comencé a ejercer presión sobre su culo, el cual era firme y pequeño, pero bien formado. El hombre me contestó con un arrimón más fuerte, con lo que sentí una hermosa sensación.

Llegamos a la siguiente estación, donde afortunadamente no subió nadie por aquella puerta y si bajaron dos personas. Hubo un momento de respiro antes de que las puertas volvieran a cerrarse, momento que el hombre que estaba frente a mí aprovechó para bajar su mano hábilmente y colocarla de tal manera que mi bragueta le quedara al alcance.

El tren volvió a arrancar y el hombre comenzó a frotar mi verga con su mano. Yo me dejaba hacer con mucho gusto y no tenía ningún complejo con eso. Supongo que mi cara reflejó perfectamente el placer que estaba experimentando, porque cuando el metro entró al túnel vi que unas cuantas caras se volteaban con interés hacía mí y el tipo que venía al lado de mí de plano volteó a ver hacia abajo para mirar con atención la mano que acariciaba mi bulto.

Enrojecí un poco con la situación e iba a hacer que el señor que venía frente a mí dejara de masturbarme, pero mostrando una maestría espectacular en un rápido movimiento bajó mi bragueta, metió la mano, removió mi ropa interior y antes de que pudiera percatarme de otra cosa ya había sacado a mi amiguito al aire libre.

El tren empezó a desacelerar, obviamente se acercaba a la próxima estación. Me empecé a sentir extremadamente nervioso, pero el tipo de al lado y el que se encontraban enfrente de él se movieron ligeramente, al igual que la bolsa y la mochila que traía cada uno, bloqueando la vista de mi pene desde el otro lado. Cuando el tren llegó a la estación, recordé tristemente que la mayoría de las estaciones de aquella línea tenían la puerta del lado derecho.

Bien, la puerta cerca de mí ya no se abriría (lo cual significaba que mi descenso se complicaría con tanta gente), pero eso también significaba que si los dos hombres que iban a nuestro lado seguían parados ahí nadie más podría ver lo que sucedía. Bueno, a excepción de un chico por allá que también iba estirando su cabeza con disimulo.

La idea de ser visto por tres cabrones me excitó de más y mi pene comenzó a lubricar. El hombre que venía enfrente de mí comenzó a frotar mi glande en círculos con su dedo pulgar, aprovechando el líquido preseminal que tenía para provocar una sensación extraordinaria.

No pude evitar el gesto de placer que puse. Vi como un tipo que iba en la otra puerta me miraba con repugnancia, pero la verdad me valió. Seguramente él sabría que estaba pasando ahí, pero pues si no le parecía que simplemente volteara a ver hacia otro lado.

Uno de los tipos de al lado, el cual tampoco estaba de mal ver, aunque quizás demasiado moreno para mi gusto, comenzó a frotar el trasero del tipo que venía enfrente de mí. En un principio me molestó aquella actitud, ya que quería al señor de la chamarra solo para mí, pero pronto descubriría que la intención de los tipos que tenía al lado no era quitarme a mi hombre, si no proporcionármelo de una manera más íntima.

La mano del moreno se perdió discretamente debajo de la chamarra de mi amante ocasional, el cual seguía jugando con mi polla, para después con un leve movimiento hacia abajo volver a aparecer con el resorte del pants entre sus dedos. Yo me quedé más que sorprendido y más cuando el señor de enfrente volvió a repegar su culo hacia atrás, el cual ahora estaba al aire libre al igual que mi verga. Era un culo blanco y que se veía bastante suavecito.

Yo no sabía qué hacer, pero todo pensamiento desapareció cuando con ayuda de su mano mi amante introdujo la cabeza de mi pene en su agujero. No era apretadito, era obvio que lo había usado muchas veces en su vida y ya lo tenía entrenado para acoplarse a una gran variedad de vergas; pero el calor que transmitía era sencillamente delicioso.

El tren paró en la siguiente estación mientras mis diecisiete centímetros de herramienta se perdían totalmente dentro del cuerpo de mi amante. Quizás no había apretado nada mientras entraba, pero en cuanto el convoy jaló nuevamente el señor de la barba de candado me demostró que sabía usar su esfínter con maestría, apretándolo y soltándolo para producirme un placer supremo mientras ambos balanceábamos nuestras caderas al ritmo del vagón.

Los tipos de al lado no quitaban el ojo y, aunque aquello nos ponía en peligro por primera vez en la vida me di cuenta de que lo único que me importaba era gozar al hombre que se encontraba frente a mí. Agarré su cintura con las dos manos, sin importarme que el tipo que iba frente a él recargado en la puerta se pudiera dar cuenta. Recargué mi cadera totalmente contra la pared posterior del vagón, mientras obligaba al hombre que se encontraba enfrente de mí a mover su cadera a una velocidad que según yo no llamara la atención y que pareciera producida por el movimiento del tren.

Aquel mete y saca me estaba volviendo literalmente loco y era aún más morboso porque los tipos que nos venían viendo se habían comenzado a tocar los paquetes sobre sus respectivos pantaloncillos como si se estuvieran masturbando ante el espectáculo de mi pene perdiéndose en el hermoso culo de mi acompañante.

El hombre de la barba de candado comenzó a apretar su recto combinando aquello con el movimiento de mete-saca que llevábamos, transportándome al séptimo cielo. No pude evitarlo, solté un gemido bastante audible mientras me venía dentro de su culito y lo jalaba con fuerza hacia mí para clavarlo con fuerza. El tipo debió de haber sentido mi venida, pues su cara volteó ligeramente con una enorme sonrisa y su culo me apretó con más fuerza, como si quisiera asegurarse de que me exprimía por completo.

Exhalé sintiéndome completamente relajado y satisfecho, pero aquello solo fue durante un momento antes de ver algunas miradas de asco, repugnancia y hasta odio. Obviamente mi gemido había llamado la atención de varias personas en el vagón y debió haber resultado obvio qué había sucedido con lo juntos que estábamos el señor de la barbita y yo, incluso cuando los demás tipos nos cubrían.

Las puertas del tren se abrieron justo en ese momento y sin apenas pensarlo saqué mi miembro de aquella cavidad, me subí apresuradamente el cierre escondiendo mi herramienta y salí atropellando a un par de personas del vagón.

Una vez en el andén, mientras la alarma que anunciaba que el tren estaba a punto de marcharse sonaba, volteé mi mirada. Seguía habiendo rostros de desprecio, pero me resaltó el hermoso rostro con barba de candado y gorra, que de repente parecía decepcionado. ¿Acaso esperaba algo más de mí?

El tren cerró las puertas, pero nuestras miradas no se separaron en ningún momento. Nos seguimos viendo mientras el tren avanzaba y el tipo moreno se acomodaba en lo que había sido mi lugar, aparentemente emocionado. Seguramente había llegado a la conclusión que había llegado su turno de gozar.

Pero aquello no me importaba, lo único que me interesaba eran los ojos inquisidores del hombre al que me había cogido, el cual parecía interrogarme por qué me había marchado de esa manera abrupta y no lo había esperado.

El tren se marchó y se llevó a aquel hombre con el que había disfrutado tanto sin posibilidad de volverlo a ver. He regresado varias veces a la misma línea del metro a la misma hora sin ningún motivo real. Aunque me he encontrado weyes con los que he fajado rico o me han deslechado con sus manos, ninguno ha sabido darme el placer que me proporcionó aquel hombre con ayuda de su culo.

domingo, 5 de abril de 2015

Pedro 2

¡Hola a todos! Aquí estamos de vuelta después de dos meses de inactividad, en parte por motivos personales y en parte por la poca participación que hay por parte de los seguidores... pero bueno, he decidido que es bueno continuar esto para quién realmente no sigue, ¿no les parece?
 
A principios de enero conocimos la primera parte de la historia de Pedro, quien descubrió las delicias del sexo entre hombres en compañía de su hermano mayor. Sin embargo, cuando este se casa, Pedro decide dejar a la familia para ir a la ciudad y dar rienda a sus deseos íntimos. Sin embargo, ¿qué pasará cuando Pedro regrese a su pueblo natal y su sobrino lo descubra dándole rienda a sus instintos?
 
Pedro
(Segunda parte)
 
★ ★ ★
[El escándalo de la comunión]
 
—Ve donde está tu tío Pedro y dile que saque la sandía que hemos puesto en el río para que se refresque.
 
El padre acaba de lanzar al joven vestido de comunión a la carrera. No tenía ni idea de que el muchacho terminaría descubriendo algo del tío Pedro para lo que no estaba preparado.
 
El chico corrió con sigilo entre las arboledas mientras notaba como algunas de las zarzas del río arañaban su piel. Había escogido durante su avance un camino más corto pero intransitado. Esta senda lo acercaba más rápidamente hasta esa enseñada oculta donde el agua del río se remansaba. En ese lugar, el padre había atado hábilmente con cuerdas una sandía de cinco kilos antes de lanzarla al agua. La corriente del río haría el resto hasta lograr que esa fruta se encontrara fría y apetitosa justo en el momento de su consumo.
 
El joven oyó las risas y los cuchicheos y por eso aminoró algo en su presurosa carrera. El tío Pedro andaba con alguien al otro lado de las zarzas. A la comunión había venido solo, por eso el chico tenía cierta curiosidad por ver con quién hablaba y se reía de esa forma con el tío Pedro.
 
Toda la familia había decidido celebrar la fiesta de su primera comunión con una comida junto al río. No había dinero para restaurantes y boatos, pero sí para llenar un bidón con cerveza y botellas de refrescos. La comida para los comensales se solucionaba comprando un jamón y un buen queso curado. A continuación un  arroz de pollo campero hecho en la leña. De postre, pasteles o  fruta. Así se acostumbraba a celebrar en esos lejanos tiempos.
 
Al banquete solo acudieron los más allegados. Solo la familia, unos vecinos y la abuela que en esos momentos se abanicaba a la sombra de unos árboles lamentándose de su edad.
 
—¡Joder, ahora no pares, cabrón! —oyó el muchacho cómo gritaba esa voz desconocida.
 
“Debe de ser alguien de la otra comunión” pensó el crío mientras seguía pisando con delicadeza la hojarasca.
 
Esa comunión que se estaba celebrando en esa misma arboleda, pero con la que se guardaba una prudencial distancia de separación.
 
Al asomarse entre las zarzas, encontró al tío Pedro demasiado cerca de ese hombre. Él al parecer no había tenido problemas en acercarse más de la cuenta a esos casi desconocidos que reían y gritaban casi con la misma intensidad que ellos dentro de esa explanada llena de árboles que había junto al río. Su tío mantenía a ese padre de familia sentado en un tocón de madera y estaba chupando con unos más que sonoros chupetones el rabo de ese hombre que no paraba de gemir. Con la mano agitaba la endurecida y rojiza polla. La boca succionaba el pito y el hombre le pedía que no dejara de hacerlo.
 
—Sigue, no paresssss. Me voy, me voy, a corr…..eerrrrrrr —empezó a decir ese tipo antes de empezar a soltar un líquido blanquecino sobre la cara del tito Pedro.
 
Una gran sonrisa apareció casi a la vez en ambos rostros. La mano del hombre acariciaba la cabeza del tío Pedro como se le hace a un perro después de que haya hecho algo bien.
 
Fue por eso que el inocente muchacho no entendió como pudo verlos tan nerviosos cuando se hizo visible desde su escondite y se acercó hasta ellos para preguntarles qué era lo que estaban haciendo.
 
El tipo se subió los pantalones con torpeza. Ni siquiera podía abrocharse el cinturón acertando en el agujero correcto.
 
—¡Papá dice que ya podemos sacar la sandía del agua! —le contó el pequeño a su tío mientras señalaba la cuerda que tensada por el efecto de la corriente del agua intentaba escapar de esa bochornosa situación.
 
—¿Por qué le chupabas el pito? —le preguntó cuando empezaron a caminar dejando a ese desconocido en esa ensenada dudando en si debía volver o no a su fiesta de comunión.
 
—Le había picado una avispa y estaba intentando calmarle todo el dolor.
 
—¿Por eso gemía de esa forma?
 
—Claro. Eso duele un montón
 
—¿Y por eso lo tenía tan hinchado y gordo?
 
—Sí… sí. Pero no debes contárselo a nadie.
 
El joven afirmó unos segundos con la cabeza sin saber muy bien por qué le pedían algo tan raro. ¿Por qué no podía contar algo tan gracioso como que al padre de familia de la otra comunión le había picado una avispa en el pito mientras se la sacaba para mear y el tío Pedro le había tenido que sacar toda la pus para que no se le  hinchara ni se le infectara?
 
—¿A qué sabe? —le terminó preguntando cuando empezaron a llegar al grupo donde todos se empezaron a arremolinar ante la llegada del hombre cargado con la fruta.
 
—¿El qué? —le preguntó el tío Pedro al joven que corría alrededor de él dando vueltas.
 
—¿Pues el que va a ser? ¡La pus! He visto que le ha salido mucha y parte de ella hasta te la has tragado.
 
—No sé. Igual que siempre. Sabe a eso, a pus.
 
★ ★ ★
[La enfermedad]
 
El adolescente no lograba entender por qué todo el mundo sabía que eso era algo que tenía que pasar. Si lo sabían ¿por qué lloraban ahora que había pasado por fin? Su madre llevaba casi un año convaleciente en la cama y finalmente terminó falleciendo.
 
Todos los que llegaban al funeral decían eso mismo: aquello tenía que pasarle tarde o temprano.
 
A su lado estaba su hermano pequeño que no paraba de llorar y al otro la cara de su padre que era todo un poema.
 
Cuando llegó su tío Pedro y empezó a dar y recibir el pésame de los allí reunidos miró hacía donde estaban los críos para ver a uno llorando desconsoladamente y al otro con una sonrisa pícara en su todavía juvenil rostro.
 
El chico había vuelto a recordar el incidente del picotazo de la avispa y terminó riéndose entre dientes.
 
De pronto alguien cayó en la cuenta de que ese velatorio no era el lugar más adecuado para que estuvieran unos críos y empezaron a decidir sobre cuál sería el mejor lugar al que podrían llevarlos.
 
La casa de la abuela era el mejor sitio, pero la suegra de la difunta se negaba a abandonar la habitación. Por eso fue el tío Pedro el que se ofreció a llevarlos a la casa y a quedarse con ellos hasta que la abuela entrara en razón y fuera a ocuparse de ellos.
 
—¿Por qué no te has quedado tu también? —le preguntó el chico mientras miraba como  el tío Pedro dejaba a su hermano durmiendo sobre una de las camas.
 
Se acaba de dormir entre los fuertes brazos del tio Pedro mientras iban hacia la casa y ninguno de los dos quería despertarlo por temor a que empezara a llorar de nuevo.
 
El tío Pedro se sentó con él en la salita de estar y mientras se encendía un cigarro le contestó:
 
—Tu madre era una persona excelente, pero ella y yo no nos llevábamos muy bien.
 
Hablaba con convicción pero sin levantar mucho la voz para evitar que el hermano pequeño se despertara. Le dio  una fuerte  calada al pitillo, parecía estar rememorando alguna discusión que en su día hubo de haber entre ellos, pero de pronto giró la cabeza para volver a mirarlo.
 
—Tal vez tú también deberías echarte un rato a dormir. Te esperan unos días muy duros.
 
—¡No tengo sueño! —le reprochó el joven.
 
—Pues entonces ya me dirás a ver qué hacemos, aquí los dos mirándonos como tontos hasta que venga la abuela.
 
—¿Puedo preguntarte algo?
 
—Vamos, hazlo. ¡Sé que tarde o temprano lo harás!
 
—¿Por qué nunca has venido a vernos a casa?
 
No era la pregunta que esperaba y volvió a darle una nueva calada al pitillo
 
—He ido muchísimas veces,  pero eras muy pequeño como para recordarlo. Un día deje de ser invitado. Pero siempre he cumplido como el Padrino vuestro que soy y nunca os han faltado los regalos que debía de haceros
 
El joven calló durante unos instante mientras rememoraba los muchos regalos que había recibido por parte del Tío Pedro.
 
—¿Qué quieres que te regale este año para tu cumpleaños?
 
Estaba nervioso y quería cambiar de tema de conversación a toda costa
 
El chico le contestó cuando empezó a apagar la primera colilla sobre la placa de la estufa.
 
—No, te molestes en comprarme nada. Creo que yo también me voy a morir y puede que no llegue ni a mi cumpleaños.
 
—¿Por qué dices eso? —inquirió confundido Pedro.
 
—Porque yo también estoy muy enfermo. Lo llevo notando desde hace un tiempo.
 
El tío se levantó de la silla y se acercó hasta el joven para tocarle la frente. Después miró las pupilas y dándole un cariñoso empujón en el hombro le dijo:
 
—¡No te preocupes, que tú no te vas a morir! ¡Estás hecho un toro!
 
—Entonces ¿por qué me sale toda esa pus blanca por mi pito? Es igual que la que le salía a ese hombre del río.
 
El tito Pedro se dio la vuelta y lo miró durante unos segundos antes de agarrar la silla y colocarse frente a el muchacho. Al sentarse lo hizo en plan chulesco apoyando los velludos brazos sobre el respaldo.
 
—¡Quiero que me cuentes todo ese rollo de la pus y si le has contado a alguien alguna vez algo de lo que viste en el río!
 
★ ★ ★
[Inevitable]
 
La mano le agarraba la polla y se movía lentamente por ella. Notaba un gustillo especial y no se atrevía a pedirle que parara porque el cosquilleo iba en aumento. Su mirada se cruzaba con la del otro de vez en cuando y las dos lanzaban una sonrisita cómplice como si estuvieran haciendo algo malo pero que no podían parar. 
 
Bajo sus pies estaban todas las ropas tiradas por suelo del palomar y bajo este estaba la casa de la abuela en la que su hermano y sobrino dormía en la habitación plácidamente. La abuela cuidaba de su sueño mientras los dos marranos salidos se habían escabullido hasta ese lugar elevado de la casa. Sabían de sobra que las cansadas piernas de la anciana no podrían subir hasta allí.
 
—¿Qué miras?
 
—Te miro a ti, tienes muchos pelos por todo el cuerpo.
 
Era la primera vez que veía desnudo a alguien de cuerpo entero.  Antes de a él había visto a su padre sin camisa. Los dos tenían el pecho súper poblado, pero su tío al ser más joven no lo tenía con tantos pelillos blancos. Estos eran negros y se retorcían alrededor de los dos gordos pezones. En la zona del pubis el pelo le crecía a base de bien y en el centro se erguía una polla gordita y bastante dura.
 
—¿Te gusta mi cuerpo?
 
—Sí, es como el de mi padre,  pero ahí abajo no lo he visto desnudo nunca
 
Pedro siguió con la paja que le estaba haciendo a su caliente sobrino notando como esa polla se ponía más y mas dura. Se había echado algo de saliva en la mano y gracias a ello estaba dandole un placer al sobrinito hasta ahora desconocido.
 
—¿Mi hermano y yo seremos así de peludos cuando nos hagamos mayores? —le preguntó al ver como estaba más interesado en hacerle esa paja que en enseñarle todo lo que necesitaba saber sobre el sexo.
 
—Sí. Supongo que lo de ser así de peludetes nos vendrá de familia.
 
—A mí no me gusta mucho el pelo, ¿pica un poco no? —Le preguntó mientras se rascaba los huevos. Esa era la única parte de su cuerpo que el tío todavía no había sobado
 
—Eso es por estas de bolas que tienes aquí —le dijo mientras lo agarraba de los huevos y empezaba a acariciarlos. Con su otra mano no paraba de pajearle el durísimo pito que se le había puesto al contacto con sus caricias.
 
—Además de leche producen otra cosas que hace que nos vaya creciendo el pelo por todo el cuerpo a los hombres.
 
—¿Me la lames otra vez? —le preguntó al ver como no se decidía a hacerle de nuevo lo que unos minutos antes de que llegara la abuela estaba haciendo sobre el sillón.
 
—¿De verdad quieres hacerlo?
 
—¡Sí, me ha gustado mucho! Me hacías muchas cosquillas con la lengua y casi me meo.
 
—Tienes una polla preciosa y pronto se te hará todavía mas grande y gorda aún.
 
—¿Todavía más? ¡En mi clase soy el que más grande la tiene y eso que en ella hay algunos repetidores! —le dijo todavía más orgulloso de su hombría.
 
—¡Sí, claro que lo sé! Esta polla también te viene de herencia.
 
Al decír esto se la engulló de nuevo. El joven tuvo que apoyar las manos en el frío suelo para evitar caerse de espaldas por el tremendo gustazo que le estaba dando. Al hacerlo levantó un poco el culo y el tío Pedro aprovechó para meter una de sus manos bajo los cachetes de ese prieto culo. El chico entendió pronto el movimiento de bombeo que pretendía y comenzó a follarse esa boca sin parar de gemir.
 
—Ahhhhh, siiiií, tito Pedroooooo, qué gustooooooooo
 
Mientras tanto, su tío se iba haciendo camino y con la mano que le quedaba libre se untó dos dedos con saliva y empezó a hurgar con insistencia en su propio culo. El chico quiso preguntarle por qué se rascaba en ese lugar, pero antes de que abriera la boca para algo que no fuera gemir de gusto le dijo:
 
—Ahora, me la vas a meter por detrás
 
El joven tuvo algo de miedo al ver como se tragaba la polla esa hambrienta cavidad pero el tío le pidió que estuviera tranquilo y empezara a meterla y sacarla despacio.
 
—Sigue, sigue, vamos campeón. ¡Dale al, tito, asiiiií! ¡Cuánto más te muevas, mejor!
 
El sobrino a esa temprana edad jamás sospechó que pudiera llegar a dar tanto placer un tío y su hambriento ojete. Ya no pensaba, solo follaba y follaba. El tío Pedro gemía y gemía.
 
Sobre el frío suelo de esa palomar se follaba el cuerpo desnudo de su tío por primera vez. Sin más enseñanzas ni explicaciones estaba comprobando lo que era follar. Su tío no era mujer, pero ¿acaso importaba eso?
 
—Me voy me voyyyyy —le dijo de pronto
 
—No, no. Me gusta muchooooooo. Espera un poco —le gritó el joven totalmente salido.
 
No se iba el embustero,  lo que sí hizo fue empezar a apretar su polla con fuerza. Era como si quisiera quedársela.
 
¡Si no llega a estar enganchada a los dos huevos se la habría llevado de cuajo!
 
Entonces pasó. Empezó a mearse dentro de ese prieto culo y a soltar toda la pus. 
 
Al caer rendido sobre la sudorosa y ancha espalda iba notando como el culo seguía contrayéndose y apretando esa dura polla. Dentro de este su polla se retorcía lanzando una descarga, luego otra, de nuevo dos más...
 
El tío Pedro se dejó caer en el terroso suelo manchando su sudado cuerpo con el polvo acumulado mientras el joven seguía enganchado a él revolcándose también de la misma forma. Las manos agarraban su sudoroso cuerpo por esos pectorales velludos y lo abrazaban por la espalda notando como su tío también estaba sudando como un gorrino. La polla seguía incrustada dentro de sus entrañas y el tito Pedro aprovechó la cercanía para darle unos golpecitos en el desnudo culete.
 
—¿Te ha gustado, campeón?
 
—¡Muuuuuuchoooooo!
 
—Pues eso que has echado ahí dentro no es pus, sino leche, y con ella se quedan preñadas las mujeres.
 
—Entonces ¿no estoy enfermo como lo estaba mi madre?
 
—¡No, no estás enfermo ni te morirás por hacer más veces esto conmigo!
 
Tragapollas manchego
 
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Bueno, aquí estuvo el final de la historia de Pedro y su sobrino. ¿Qué les pareció?