Bajo el puente
¡Yo y mi sangre caliente! Aquel día era como cualquier otro. Tenía
una calentura de los mil demonios. ¡Ja, ja, ja! La mala noticia es
que no había nadie con quien bajármela. Ni siquiera podía sentarme
frente a mi computador y ponerme a leer en internet algún buen
relato erótico, puesto que había tenido que ir a entregar unos
papeles al otro lado de la ciudad. Cuando iba de regreso tuve que
tomar el metro para llegar a mi casa. Aquello me dio una idea, puesto
que sabía muy bien las cosas que podían pasar en el metro,
especialmente cuando el vagón de hasta atrás venía o muy vacío o
muy lleno. No necesité pensarlo demasiado para decidirme en que
parte del metro viajaría.
Llegué a la estación del metro, me metí y me dirigí hasta la
parte de atrás del andén. El tren no venía excesivamente lleno,
pero creía que sí lo suficiente para acercármele a cualquiera que
me atrajera. Así que me subí. Cuando se cerraron las puertas del
vagón me llevé el fiasco de mi vida. El lugar iba lleno de puro
hombre que no me parecía atractivo. Los que ocupaban un gran espacio
era un grupo de varios chicos que a juzgar por como hablaban y se
movían cualquiera les hubiera llamado locas, aunque yo me conformaba
con llamarles afeminados. Había uno de ellos que no estaba nada mal,
y quizás me le hubiera lanzado si no hubiera venido acompañado.
Me resigné a que mi calentura tendría que esperar a que llegara a
casa para poder hacer algo. Intenté concentrarme en otra cosa que no
fuera mi frustración por no haber encontrado con quien bajarme las
ganas, cuando empecé a sentir una mano que se apoyaba ligeramente en
mi trasero. Al principio no le hice caso, pensé que tal vez ni
siquiera se tratara de una mano, que mi calentura tomaba como una
extremidad quizás la mochila de alguien que se había arrimado hacia
mí al entrar más gente en otra estación. Sin embargo, cuando
aquella cosa que estaba en mi trasero empezó a acariciarlo con más
fruición tuve que admitir que aquello no podía tratarse de una
mochila o algo así.
Volteé a ver de reojo a quien venía detrás de mí. Se trataba de
un hombre que no debía tener menos de 35 años, bajo de altura,
moreno, ojos pequeños y con un tupido bigote. Dudo que alguien
pudiera considerarlo atractivo, pero mientras más acariciaba mi
trasero más me iba prendiendo. Después de todo ¿qué importaba que
el hombre no estuviera guapo si me ayudaba a quitarme la maldita
calentura que me cargaba?
Me acomodé para que el señor pudiera tocarme con más libertad el
culo, al mismo tiempo que yo podía rozar su verga. Dejé que mis
manos rozaran la dureza que se adivinaba sobre su pantalón, de
arriba abajo. No se sentía muy grande, pero en esos instantes solo
necesitaba de cualquier polla para estar satisfecha. Incluso una que
midiera diez centímetros me hubiera bastado.
Aunque estaba disfrutando mucho rozar el miembro de aquel hombre con
mis dedos, era aún mejor sentir su mano masajeando mi trasero. El
hombre me estrujaba las nalgas, me las sobaba, e incluso en un par de
ocasiones con uno de sus dedos aplico presión justamente en medio de
ellas, estimulando mi ano.
Me moría porque aquel hombre me desnudara y me acariciara las nalgas
en directo. Lamentablemente, las circunstancias eran adversas.
Mientras nos acercábamos a la estación terminal mucha gente iba
bajando, por lo que ya no había tanta aglomeración y hubiera
resultado muy sospechoso que siguiera pegado a aquel hombre. Así que
me separé un poco de él, dedicándole una sonrisa con la que
esperaba que él entendiera que quería llegar más allá con él.
Estaba preparado para bajarme en la estación que el hombre se
bajara. Tal vez viviera cerca, o quizás podríamos encontrar un
hotel por la zona. Estaba con tantas ganas que incluso estaba
dispuesto a pagarlo yo. Me hubiera conformado incluso con un callejón
oscuro. Estaba dispuesto a dejar que me cogiera, aunque me considero
inter más activo, todo por la calentura que me cargaba.
Afortunadamente parecía que el hombre bajaba hasta la estación
terminal igual que yo. Una vez fuera del tren le sonreí, él se
acercó a mí y me estrechó la mano mientras se presentaba como
Pedro. Yo le dije mi nombre, y mientras caminábamos hacia afuera
íbamos hablando de dónde veníamos, adónde íbamos y demás.
-¿Entonces qué hacemos? -le pregunté una vez que estuvimos afuera
de la estación.
-¿Qué quieres hacer? -me regresó la pregunta él.
-¿No es obvio? -le interrogué mientras discretamente me acercaba a
él y le apretaba su pene, el cual seguía totalmente duro. Yo no era
el único que tenía ganas de algo.
-¿Conoces algún lugar por aquí? -inquirió él.
-La verdad no -confesé. No solía andar mucho por ahí, al menos no
en lo que respectaba a buscar sexo. Mis ligues y acostones solían
ser en otras partes de la ciudad.
-Yo sé de un lugar donde se puede, pero no sé si te parezca bien
-comentó él.
Tal como iba lo hubiera seguido al mismísimo infierno. Le dije que
estaba dispuesto con tal de sentir su verga sin la ropa de por medio,
y me dejé guiar por él. Me llevó por la avenida sobre la que iba
el metro en sentido inverso por el que llegamos. A mí se me ocurrió
que quizás fuéramos hacia un parque que se encontraba cerca del
lugar, aunque no sabía muy bien si podríamos hacer algo sin
arriesgarnos excesivamente a que nos cachara alguien. Sin embargo,
cuando le pregunté directamente él me respondió que era mejor el
puente.
-¿Puente?
-Sí, ya lo he hecho en otras ocasiones ahí -me respondió él.
Así que me dejé llevar hasta un puente vehicular, o para ser más
precisos debajo de este. De lejos (normalmente viendo desde el metro)
solo había visto en el lugar una que otra persona en situación de
calle, pero en ese momento el lugar se encontraba vacío. Me di
cuenta que en realidad era un buen lugar, puesto que debido a la
construcción nadie arriba ni en los laterales podría vernos, y los
carros y el metro solo podían vernos cuando pasaran exactamente
debajo del puente. Sería muy mala suerte que alguien volteara a ver
ahí.
Pedro no tardó ni un segundo. Apenas habíamos llegado al lugar
cuando él jaló un cartón que estaba por ahí para poder acostarse
sobre el suelo, se desabrocho el pantalón y sacó su verga al aire.
-Chúpamela -me ordenó.
Me acomodé entre sus piernas mientras tomaba aquel pito entre mis
manos. No supe si era por la calentura o por alguna otra razón, pero
aquel miembro me pareció maravilloso. Debía medir alrededor de
quince centímetros (no muy grande para muchos), algo delgado, creo
yo; pero lo que realmente me fascinaba era su color moreno, la forma
en la que su prepucio se retraía con facilidad y dejaba a la vista
un glande de forma triangular, con su base ligeramente más ancha que
el resto del miembro. Además era totalmente recto, tal como a mí me
gustan las pollas.
-Ándale, chúpala -me dijo mi acompañante de ocasión mientras
jalaba mi cabeza.
Aunque me encantaba contemplar aquel pedazo de carne, la verdad es
que moría por comérmelo. Agaché mi cabeza y me metí directamente
aquella verga en mi cavidad oral. Solo puse mis labios en forma de O
y dejé que la polla de Pedro fuera introduciéndose en mi boca
mientras mis labios y lengua recorrían toda su superficie.
-Así, chiquito -murmuraba Pedro mientras me acariciaba la cabeza.
Aquel pito me supo a gloria. No sabía que demonios tenía Pedro,
pero su sabor sencillamente me enloqueció. No era algo sucio, aunque
no creía que estuviera limpio después de haber estado trabajando.
Era un sabor ligeramente salado, la marca de un hombre que cuida su
higiene y que sin embargo sigue siendo un hombre con su sabor y su
polla empalmada derramando líquido preseminal.
-¿No quieres que te la meta? -me dijo él cuando me separé de su
pito para poder inspirar aire.
Vi el rostro de mi acompañante, sus ojos pequeños mientras me
miraba fijamente y como sostenía aquella verga que me estaba
volviendo loco con su mano, como si me la ofreciera. No tuve que
pensar mucho en las opciones.
-Por supuesto -le contesté mientras desabrochaba mi pantalón para
poder bajármelo. Hasta el momento había estado simplemente rozando
mi pene sobre la ropa.
-Pues ven y siéntate -dijo él.
-¿Traes condones? -le pregunté. Después de todo, la protección es
lo primero. Por otro lado, al contrario que a muchos, el uso del
condón me excitaba más que no usarlo.
-No -me contestó él mientras hacía una mueca rara. Seguramente
pensó que ahí se había terminado todo.
-No te preocupes, yo sí traigo -le dije mientras sacaba mi
inseparable condonera.
Retiré su mano de su pito, saqué el condón de su envoltura, lo
puse sobre su glande y empecé a desenvolverlo con cuidado. Me
encantó la sensación de ir forrando aquel pene que me volvía loco.
Me parecía que el látex resaltaba su forma, como si lo hiciera más
perfecta.
Terminé de colocarle el forro, y el siguiente paso fue acomodarme
para poder introducirme aquel pito en mi interior. Me bajé los
pantalones solo lo necesario para dejar mi culo al aire libre, y me
subí sobre Pedro dándole la espalda. Él se encargó de sostener en
alto su pene mientras yo me fui sentando. Debido a su tamaño y
grosor no fue ningún reto alojarlo en mi interior, pero aún así
disfruté de cada milímetro que se fue perdiendo dentro de mi recto.
Para asegurarme que él también lo disfrutaba, me dediqué a
contraer mi esfínter mientras me iba sentando lentamente.
-¡Oh, sí, papasito! -exclamó él cuando mis nalgas finalmente se
asentaron sobre sus caderas, momento en que el aprovechó para poner
sus manos sobre mi cintura.
Me sentí completo en ese instante. Mi calentura no se había
marchado, pero ahora no era molesta, en ese momento, mientras sentía
mi recto lleno con el pene de aquel hombre que me acompañaba, la
sentía como algo placentero y satisfactorio. Me encantaba sentir
aquel ente que rozaba las paredes de mi recto mientras parecía latir
por sí mismo, y mi propio miembro se encontraba totalmente erecto
ante la idea de que esa verga que me había fascinado se encontraba
en mi interior, acoplándose perfectamente.
Comencé a moverme sobre Pedro, de arriba abajo, en círculos. Era
genial sentir aquel falo que se perdía en mi interior, que
friccionaba con las paredes de mi recto y me hacía sentir en la
gloria. Era extraño pero de repente Pedro había dejado de parecerme
feo. Tal vez no podría decir que era guapo, pero sí afirmaría que
era un excelente amante en la forma en que él mismo movía sus
caderas para hacer mejor la penetración, en la manera en la que me
tomaba de la cintura para marcar el ritmo, y finalmente en la forma
en que su mano se estiró para masturbar mi miembro mientras él
seguía penetrándome. Además, los ruidos de los carros que pasaban
más allá y sobre nosotros me prendían más de lo normal. Me
encantaba imaginarme que cualquier que fuera en su auto y se le
ocurriera voltear para arriba en el momento preciso podría vernos
ahí, practicando sexo.
Duramos un rato así, para después cambiar de posición. Pedro me
puso bocabajo sobre el cartón para él ponerse sobre mí y volver a
dejar a su pene irse dentro de mí. Me gustó más aquella posición.
Me encantó sentir a aquel hombre sobre mí, enterrándome su hombría
lo más profundamente que podía, mientras sus brazos me rodeaban,
encerrándome en una prisión de la cual no tenía ningunas ansias de
salir.
Era tan excitante sentir a aquel hombre sobre mí, percibiendo su
respiración justo en mi nuca, que cuando menos me di cuenta me vine
sin siquiera tocarme. Él había dejado de masturbarme cuando me
volteó, ya que usaba sus manos para mantenerme sobre mí sin
aplastarme, solo dejando caer su peso para que pudiera sentirlo sin
que me resultara molesto. El caso es que derramé mi semen sobre el
cartón que estaba debajo de mí, todo por el enorme placer que
sentía al percibir a aquel hombre sobre mí, con su pene bien
ensartado en mi recto.
Supongo que las contracciones de mi orgasmo lo hicieron venir también
a él, pues mientras sentía el éxtasis él enterró hasta el fondo
su pito y se quedó quieto, en tanto sentía su respiración
acelerada en mi nuca.
Ambos nos quedamos un momento así, compenetrados, mientras el placer
de nuestras venidas se marchaba.
-Eres genial -me dijo él mientras sacaba con cuidado su pene de mi
interior.
-Tú también lo eres -le contesté yo cuando hubo salido y pude
incorporarme.
Él se quitó el condón y estuvo a punto de aventarlo por ahí antes
de que yo le dijera que no lo hiciera. A él le dije que era para no
dejar basura por ahí, pero la verdad es que sentía curiosidad por
la leche que había surgido de aquella verga que me encantaba. De
hecho, mientras me acomodaba mi propio pantalón le di una última
lamida a su pene y a sus bolas, colocándome debajo de él. Aún
quedaban algunas gotas de semen en la punta de su uretra que me
supieron a gloria.
-Eres un jovencito goloso -comentó él mientras se terminaba de
acomodar la ropa.
-Solo cuando una verga me gusta tanto como la tuya -le respondí para
rozarle por última vez su pene sobre el pantalón.
Después de eso ambos salimos del lugar. Arriba no había nadie, solo
los autos que circulaban. Nos despedimos en ese momento, pues a él
le convenía más cruzar hacia el otro lado de la avenida sobre ese
puente mientras a mi me convenía quedarme de aquel lado. Lo vi
alejarse sintiendo el impulso de ir detrás de él para volvérmelo a
comer. Estaba ya satisfecho, mi calentura estaba calmada, pero una
parte de mí no podía concebir la idea de no volver a estar con ese
hombre. No era su estatura ni su belleza, era su verga lo que me
interesaba profundamente. No me gustaba la idea de no volver a ver
esa polla, de no poder probarla nuevamente ni sentirla en mi culito
otra vez.
Aun así, lo dejé marchar. Me dije a mí mismo que seguramente algún
día me lo volvería a encontrar en el metro, pero hasta el día de
hoy lamentablemente eso no ha ocurrido. No obstante, no puedo olvidar
su pito delgado y recto, con un tamaño perfecto para horadar mi ano
sin lastimarme.
~~~
Bueno, ahí estuvo el relato de este mes. Espero les haya gustado, porque yo lo disfruté mucho. Especialmente porque este relato contiene una parte verídica :3 Fue muy rico. Creo que no me molestaría volver a encontrarme con ese wey si estuviera soltero xD